Te juro que me ama… pero ni sabe que existo

“Eh profe, en mi Spoti solo hay corridos tumbados… de esos en donde se habla claro”.
El gusto musical del adolescente puede ser una brújula afectiva. El adolescente promedio sabe de memoria las barras de “Ella Baila Sola”, “Perlas Negras” o “El Azul” y habla de Tito doble P, Peso Pluma, Natanael Cano o Fuerza Regida como si fueran amigos de WhatsApp. Nunca los ha visto, pero los defiende como familia. Eso es, en términos estrictos, una relación parasocial.


Obviamente esto no es nada nuevo en 1956, Donald Horton y Richard Wohl bautizaron así esa “aparente relación cara a cara” entre audiencia y personaje mediático, una intimidad unilateral que se siente como conversación real aunque el control lo tenga por completo el performer (Horton & Wohl, 1956). La radio y la televisión de mitad del siglo XX ya vendían compañía: el conductor miraba a cámara, contaba chistes “como entre cuates” y aparecía cada semana a la misma hora, si no es que diario en el mismo canal y para la misma audiencia. El público acumulaba recuerdos, chistes internos y la sensación de “conocerlo” casi como a un amigo.


Setenta años después, el guion sigue siendo el mismo, pero ahora corre sobre datos móviles. TikTok, Spotify, YouTube e Instagram transforman esa intimidad a distancia en presencia permanente. El análisis científico lo define como una “bidireccionalidad percibida”: likes, saludos en vivo, respuestas a comentarios, close friends y ahora las comunidades nos hacen sentir que nuestro ídolo nos contesta, aunque la relación siga siendo unilateral y regida por el algoritmo. El viejo simulacro de conversación que escribían Horton y Wohl ahora se volvió notificación.


En México, ese lazo emocional se amarra hoy al regional mexicano de nueva generación. Los corridos tumbados y los corridos bélicos siguen entre lo más reproducido en Spotify, entre los éxitos más populares están dedicadas a “Corridos Bélicos 2025” y mezclas que reúnen lo más nuevo de artistas como Tito Double P, Luis R Conriquez, Chino Pacas y Gabito Ballesteros, evidencia de la continuidad del éxito y preferencia por estas expresiones musicales que traspasan fronteras tradicionales del regional mexicano clásico.


El impacto no es solo la cantidad de reproducciones: es la forma en que suenan. Los corridos tumbados nacen de mezclar el corrido tradicional con trap, rap y urbano, una fusión que medios describen como la revolución musical que salió de la calle y tomó el mainstream digital.


Ejemplos sobran: en una graduación de secundaria, piden al DJ “puro tumbado” y comparten entre mesas una playlist de Spotify llamada “Corridos Bélicos para la peda”. Cuando suena “No capea”, un grupo se forma al centro: todos se saben el intro, las frases icónicas y hasta la pausa exacta para grabar el mejor TikTok. No bailan solo una canción; interpretan una escena que han visto cientos de veces en videos de conciertos o lives que escuchan en sus audífonos en cualquier lugar y hora: en la cena familiar, la clase, el camino a la escuela o ¡mientras duermen!


En clase, el maestro intenta hablar de violencia y adolescencia. Un alumno responde:
—“Profe, los corridos solo cuentan la realidad; además, ellos ayudan a su gente”.


El argumento no sale de la nada. Entrevistas, clips, historias en Instagram y videos de backstage construyen la imagen del artista generoso, leal al barrio, víctima de censura. La relación parasocial convierte al cantante en “compa” al que hay que defender. Cualquier crítica a la letra se siente como ataque personal.


Horton y Wohl señalaban que el personaje mediático ofrece “una relación continua” y predecible: aparece con regularidad, comparte “episodios de su vida” y permite que su público sienta que comparte una historia común. Hoy esa continuidad se traduce en stories desde el estudio, confesiones en live, fotos con la familia y adelantos de letras. La intimidad ya no es solo la canción; es el reality permanente alrededor del artista: la experiencia”.


Aquí el punto delicado es: ¿qué mensaje llena esa intimidad?
Una parte de la tendencia parasocial con corridos tumbados gira en torno a la estética narco: armas, camionetas, excesos, poder que se gana a balazos. Analistas advierten que el género, antes crónica crítica o irónica, ahora suele glorificar la figura del “patrón” y presentar la violencia como camino rápido a ganar “respeto y pertenencia”. Cuando el adolescente escucha estas historias durante horas, las incorpora a su imaginario de éxito, aunque no salga de su colonia.


También existe un giro interesante: algunos artistas empiezan a alejarse del discurso bélico y apuestan por corridos románticos o de desamor, en parte por el costo político y legal de asociarse con imágenes de grupos criminales. Sin embargo, incluso cuando el tema es el amor y no del “jale”, la lógica parasocial sigue intacta: el artista se confiesa, cuenta su ruptura, llora en vivo… y miles sienten que atraviesan la misma tragedia junto a él; no hace mucho tiempo sucedía con la música de Jenny Rivera que contagiaba de esa ira de “desamor en contra de ellos”


La literatura reciente sobre adolescencia y relaciones parasociales señala que estas figuras mediáticas se convierten en modelos de identidad: se imita la forma de hablar, de vestir, de amar y de resolver conflictos en contextos de soledad, problemas familiares o precariedad, el ídolo ofrece una “base segura” simbólica: alguien que nunca regaña, nunca pone límites y siempre está disponible en la pantalla del celular. La conexión puede ayudar a explorar quién se es… pero también puede generar rigidez a la identidad alrededor de un solo guion: “vales si vives rápido, si usas marcas, si te temen”.
En la práctica, eso se siente así: el adolescente que organiza su horario de estudio según los lives del cantante.


La joven que mide sus relaciones por las letras de desamor de su grupo favorito.
El fan que entra a foros a insultar a quien critique a “su” artista, porque la crítica le duele como si se la dirigieran a él.


Las relaciones parasociales no son nuevas. Lo nuevo es la intensidad con la que el algoritmo las alimenta y la velocidad con la que géneros como los corridos tumbados viajan del barrio a la globalidad. En chihuahua pasamos de consumir regional “de nicho” a exportarlo; corridos, norteño y sierreño se codean ahora con el reguetón en el mapa del boom latino. El soundtrack del adolescente chihuahuense, fronterizo o migrante se volvió también el soundtrack de millones fuera del país.


Y aquí la pregunta incómoda: Si los ídolos parasociales llenan vacíos de compañía, modelo y pertenencia, ¿qué hacemos nosotros —familia, escuela, comunidad— con ese dato? Prohibir canciones es fácil y además vende likes. Lo difícil es recuperar conversación, presencia y pensamiento crítico para que el vínculo con la música deje de ser una fuga ciega y se vuelva lectura consciente de lo que dice, promete y normaliza.


Horton y Wohl nos advirtieron hace casi siete décadas que esta intimidad con desconocidos sería “sumamente influyente y satisfactoria” para las masas. Hoy vemos a esas masas con audífonos y datos ilimitados, o entendemos que las relaciones parasociales educan emociones, sueños y decisiones; seguiremos sorprendidos cada vez que un corrido marque, al mismo tiempo, el ritmo de la fiesta y la ruta de vida de quienes bailan los trends de TikTok.


Géneros hay muchos y cada uno ha tenido su tiempo y su impacto antes de internet…
¿En qué tiempo te tocó bailar? o ¿qué te gustaba escucharás? Y ¿hoy cuál es tu playlist?


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Civita, A. (2021, 5 mayo). El regional mexicano se acerca al género urbano y toma un alcance mundial. Los Angeles Times en Español.
Ciencia UNAM. (2023, 15 octubre). Corridos tumbados y otros géneros musicales: ¿logran influir en las juventudes? Universidad Nacional Autónoma de México.
Horton, D., & Wohl, R. R. (1956). Mass communication and para-social interaction: Observations on intimacy at a distance. Psychiatry, 19(3), 215–229.
Virós-Martín, C. (2025). Adolescentes, TikTok e Instagram: percepciones sobre el impacto en la socialización y el sentido de pertenencia. Revista de Comunicación, 24(1), 1–20.

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