Después de años de secularización, se habla de un “renacer espiritual”, según el reporte sobre religiones del INEGI 2020 el 63% del estado profesa una religión.
Mientras en TikTok, Instagram y YouTube se cruzan corridos, pop y alabanzas surge la duda: ¿vivimos un despertar real de la fe o solo una tendencia más dentro del gran mercado digital?
En Juárez la fe se vuelve todavía más urgente. Una frontera con violencia, migración y trabajos precarios empuja a miles de personas a buscar un sentido a la vida.
La visión del humanismo cristiano recuerda que cada persona conserva una dignidad profunda, sin importar salario, éxito o número de seguidores; la vida posee valor por sí misma, incluso dentro de un mundo tecnológico y global (Méndez Reyes, 2025).
Las redes forman parte de ese cambio. TikTok concentra hashtags como #MakeJesusViral con miles de millones de vistas; influencers cristianos, pastores, seminaristas, religiosas y laicos comunes cuentan historias de conversión, comparten oraciones breves y responden dudas sobre Dios.
En la actualidad casi todo se convierte en “contenido”: comida, pareja, duelos, política… y también espiritualidad.
Una persona publica hoy un corrido bélico y mañana un video con música suave y una frase bíblica. En el mismo perfil aparecen tarot, decretos de abundancia, ángeles, “energía”, memes de santos.
Esta “miscelánea espiritual” refleja una búsqueda real, pero también una enorme confusión y aquí entra la pregunta clave:
¿Buscamos un encuentro con Dios o solo un alivio rápido para el vacío interior antes del siguiente video?
No todo se queda en religión de escaparate. En Chihuahua capital, varias parroquias y comunidades utilizan redes para organizar despensas, apoyo para enfermos, acompañan duelos o convocan a la oración. Muchas intenciones llegan por mensaje privado de usuarios que no se atreven a hablar en persona, pero sí confían en una respuesta desde el celular.
En Juárez, casas de apoyo a migrantes, colectivos de fe y grupos juveniles anuncian comedores, asesoría legal, círculos de escucha y campañas contra la violencia. Esta forma de presencia conecta con la visión de un “Dios que es amor” y que llama a traducir la fe en caridad concreta, no solo en devoción íntima (Benedicto XVI, 2005).
El Papa Francisco insistió en una fraternidad que atraviesa fronteras y pone en el centro a quienes más sufren, frente a un modelo individualista y consumista (Francisco, 2020).
Cuando la fe entra a las redes con este espíritu —cuidar, compartir, organizar ayuda real— ya no se reduce a moda. Funciona como hilo que une pantallas y calles, templos y plazas, oración y acción. El teléfono deja de representar un muro y se transforma en puente.
En la frontera esa propuesta de “bienestar instantáneo” resulta muy atractiva. El problema aparece cuando la fe se convierte en producto: hoy sigo a este predicador, mañana lo borro y busco otro “más positivo”; si el mensaje incomoda, dejo de verlo.
Entonces, ¿Dios está de moda?
Tal vez lo que está de moda es hablar de Dios y de espiritualidad. En un mundo cansado, ansioso y distraído, la palabra “Dios” se vuelve recurso: da likes, genera conversación, refuerza identidad. Pero el Dios de las grandes tradiciones religiosas —y el Dios que muchas personas en Chihuahua y Juárez invocan en silencio— no es un hashtag; es una forma distinta de mirar el mundo: reconocer la dignidad de cada persona, poner primero a quienes más sufren, elegir la comunidad en vez del egoísmo, apostar por el servicio más que por la apariencia.
Creer hoy en Chihuahua y en la frontera implica caminar entre dos fuerzas:
La lógica de las redes, que pide novedad constante, impacto rápido y casi ningún compromiso y la lógica de una fe profunda, que pide tiempo, coherencia, memoria de los que han sido heridos y capacidad de amar incluso cuando no hay cámara prendida.
Si dejamos que nuestra vida espiritual se mande solo por la primera lógica, Dios será una moda más, fácil de sustituir cuando llegue el siguiente reto viral. Si logramos habitar las redes sin obedecerles ciegamente, la fe puede convertirse en una forma de resistencia: un recordatorio, pixel por pixel, de que la persona vale más que sus estadísticas, que la comunidad importa más que la marca personal y que la esperanza no se mide en reproducciones.
Quizás te preguntes ¿y ahora qué hacemos con nuestra fe en línea?
Tal vez el punto es hacernos preguntas sinceras desde nuestros barrios, parroquias, escuelas y hogares:
Lo que comparto sobre Dios, ¿me lleva a vivir distinto en la colonia, en el trabajo, en el aula, o solo se queda en la pantalla?
Cuando siento miedo, soledad o cansancio, ¿a quién escucho?, ¿Mis publicaciones ayudan a que otros se sientan más dignos, más acompañados, más valiosos… o solo alimentan culpas, miedos y prejuicios?
Dios no necesita ser tendencia para estar presente. La verdadera pregunta no es si Dios está de moda, sino si tú y yo estamos a la altura de la fe que decimos vivir… también cuando nadie nos está mirando.
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Benedicto XVI. (2005). Deus caritas est. Carta encíclica sobre el amor cristiano. Libreria Editrice Vaticana.
Francisco. (2020). Fratelli tutti. Carta encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. Libreria Editrice Vaticana.
Méndez Reyes, J. (2025). Humanismo cristiano, sociedad y tecnología. Universidad Politécnica Salesiana / Abya-Yala.