Emociones sin filtro: modales, pantallas y la crisis del respeto

Imagina abrir tu celular por la mañana y que, antes del café, ya estés enojado con el mundo.

Un hilo en X lleno de insultos, un video viral que se burla del cuerpo de alguien, comentarios crueles en la foto de una adolescente. No es casualidad: vivimos una época donde las emociones mandan, los modales estorban, el respeto parece opcional, sobre todo en los contenidos mediáticos.

Durante años nos vendieron que decirlo todo, sin filtro, era sinónimo de autenticidad. Pero confundimos autenticidad con violencia emocional. Byung-Chul Han advierte que la cultura digital actual empuja a la exposición constante de uno mismo, a una transparencia agresiva donde todo se muestra y casi nada se reflexiona: más ruido, menos profundidad. En ese enjambre hiperconectado, la cortesía se percibe como debilidad y la empatía como pérdida de tiempo.

Las emociones no son el problema; el desastre empieza cuando nadie nos enseña a nombrarlas, contenerlas y expresarlas con respeto. Entonces buscamos refugio en las pantallas: scroll infinito para no pensar, videos para distraer la tristeza, chistes crueles para maquillar la frustración. Como explica Zygmunt Bauman, vivimos vínculos “líquidos”: relaciones rápidas, desechables, donde también el respeto se vuelve algo que se usa y se tira según convenga.

Los medios y las redes lo entendieron rápido: lo que más se comparte no es lo más verdadero, sino lo más inflamable. Indignación, morbo, humillación, el enojo se volvió modelo de negocio. Shoshana Zuboff describe esto como una economía basada en capturar y manipular nuestro comportamiento; las plataformas premian a lo que engancha, no lo que nos hace mejores ciudadanos. Así, nuestras emociones son materia prima y nuestros modales, un daño colateral.

Lo vemos en la forma en que se “debate” cualquier cosa: política, identidad, religión, salud mental. Sin argumento, más ataques personales, falta de atención, menos escucha y más grito. Manuel Castells sostiene que el poder contemporáneo pasa por la capacidad de construir relatos en las redes: quien domine la emoción colectiva, domina la conversación, el relato que hoy se impone es simple: el más agresivo llama más la atención.

Detrás de cada comentario “solo era broma” hay emociones verdaderas: inseguridad, miedo, rabia, desvalorización. Pero en vez de trabajarlas, las convertimos en contenido.

Grabamos a la compañera llorando, al maestro perdiendo el control, al desconocido cometiendo un error, y lo subimos “porque va a explotar en vistas”.

Jaron Lanier insistió en que, cuando jugamos bajo las reglas de las plataformas, tendemos a despersonalizar al otro: deja de ser persona y se vuelve avatar, objeto, meme.

Aquí es donde los “modales” se vuelven peligrosamente revolucionarios. No son reglas de etiqueta, son recordatorios de que hay un ser humano al otro lado de la pantalla.

El “por favor” y “gracias” también en lo digital, no enviar el primer insulto que se me ocurre, evitar compartir un video humillante, preguntar antes de subir la foto de alguien: todo esto parece mínimo, pero construye un entorno emocional distinto.

Martha Nussbaum ha defendido la idea de que las democracias sanas necesitan ciudadanos capaces de reconocer la dignidad del otro, incluso cuando hay desacuerdo. Eso empieza con gestos pequeños.

¿Qué tipo de contenidos estamos premiando? Cada vez que compartimos un reel violento “para que vean lo mal que está el mundo”, también lo amplificamos. Cada vez que respondemos con odio, aunque sintamos que tenemos razón, alimentamos una cultura donde el respeto no importa. Las plataformas solo registran clics, no valores; esos clics moldean la agenda mediática y el clima emocional de una generación.

Si los contenidos influyen en cómo hablamos, pensamos y sentimos, entonces el respeto y los modales dejan de ser un detalle de buena educación y se vuelven un asunto político y cultural. Una sociedad que normaliza la burla constante difícilmente construye empatía. La juventud que aprende a debatir a gritos difícilmente confiará en sus instituciones. Aquí hay más que “sensibilidad exagerada”; hay diseño de futuro colectivo.

¿Qué pasaría si empezamos a exigir otra cosa? Programas que muestren conflicto sin convertirlo en circo. Influencers que pongan límites claros entre crítica y humillación.

Periodistas y creadores que, como sugiere Ignacio Ramonet, entiendan su trabajo no solo como negocio de impacto, sino como servicio público en tiempos de sobreinformación y fatiga emocional. No se trata de censurar, sino de elevar la vara.

La rebeldía hoy no es ser el más cruel del grupo, sino el más consciente, no es publicar el comentario más hiriente, sino el más responsable, compartir el video más morboso, sino el más honesto

Lo realmente disruptivo no es herir, es incomodar con inteligencia: hacer preguntas profundas, abrir conversaciones difíciles, pero sin borrar la dignidad del otro. Eso sí genera curiosidad, pensamiento crítico y ganas de saber más.

La próxima vez que abras tus redes, hazte dos preguntas rápidas: ¿Lo que consumo y comparto mejora mi estado emocional o lo envenena?

¿El contenido que estoy impulso trata a las personas como sujetos o como objetos de entretenimiento?

Si las respuestas incomodan, ahí comienza el trabajo. No podemos cambiar el algoritmo de un día para otro, pero sí podemos cambiar lo que validamos con nuestra atención. Cada like es un voto, compartir, un aplauso, comentar una marca en la cultura que dejamos a quienes vienen detrás.

Recuperar el respeto y los modales como filtros antes de darle “publicar” no es ser conservador; es una estrategia de supervivencia emocional. La próxima vez que una emoción te incendie los dedos, no solo te preguntes qué sientes: pregúntate también a quién cuidas —o a quién destruyes— con lo que estás a punto de decir. Ahí empieza la verdadera revolución.

Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Castells, M. (2009). Comunicación y poder. Alianza Editorial.

Han, B.

-C. (2013). La sociedad de la transparencia. Herder.

Han, B.

-C. (2014). En el enjambre. Herder.

Lanier, J. (2018). Diez argumentos para borrar tus redes sociales de inmediato. Debate.

Nussbaum, M. C. (2014). Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia? Paidós.

Ramonet, I. (2011). La explosión del periodismo: De los medios de masas a la masa de medios. Capital Intelectual.

Zuboff, S. (2020). La era del capitalismo de la vigilancia. Paidós.

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